Antonio: el nacimiento del Fénix
A veces es necesario perderlo todo para surja el valor que transforma a una persona común y corriente en un héroe.
Esto fue lo que le sucedió a Antonio, lo tenía todo, una esposa, una hija hermosa, un trabajo en el que podía considerarse exitoso, ambiciones y planes. Sin embargo así como le sonrió la fortuna también le mostró su burlona sonrisa la desgracia, y así, de un segundo a otro Antonio pasó de ser el hombre más feliz sobre la faz de la tierra a la sombra rastrera de un ser sin Fe, sin otro sentimiento que el dolor que la más profunda de las heridas espirituales puede causar. Como todos Antonio había desarrollado la habilidad de utilizar una máscara que ocultaba del mundo aquella cosa agónica y desbordante de angustia en la que se había convertido. Ya no vivía, tan sólo transitaba sin otro propósito que esperar su muerte. No la deseaba, ni a su muerte ni a cosa alguna, había perdido el deseo, ni siquiera le importaba el bienestar de los otros. No buscaba su mal, pero tampoco hacía nada por evitarlo. Aquella apatía hacia el mundo y la vida lo llevó a transitar caminos obscuros y peligrosos. Perdió su trabajo, perdió su hogar y ni siquiera se quejó o protestó, durmió en la calle, dejó de comer, de beber, de abrigarse y murió.
Murió sin siquiera darse cuenta que lo había hecho y, con la misma ignorancia, volvió a la vida en una sucia banca de plaza de la ciudad de Buenos Aires. Moriría siete veces más de aquella forma vacua hasta que el conocimiento de su inmortalidad lo alcanzara. Sucedió por la causalidad que todo lo rige. Nadie, ni siquiera él mismo puede explicar qué lo llevó a actuar. Quizás fue el parecido que la pequeña tenía con la hija que le había sido arrebatada. Quizás los ojos y la suplicante mirada de la madre le recordaron la última visión que había tenido de la mujer que antaño había gobernado su corazón. Tampoco importa realmente conocer el motivo, lo que importa si, son las trascendentales consecuencias que para Antonio, y por qué no para la humanidad toda, tuvo aquel instante de reconocimiento.
Transitaba por una calle desolada del microcentro porteño, eran las diecinueve treinta y se encontraba a pocas cuadras de un local que vendía todo tipo de electrodomésticos. La mujer había comprado un teléfono móvil y cargaba con el en a bolsa blanca y violeta del local, en brazos llevaba a la pequeña niña y cruzó de calle cuando vio a un desarreglado y maloliente vagabundo que seguramente intentaría robarle y quien sabe que otras atrocidades más. Tarde comprendió que el verdadero peligro la esperaba vistiendo elegantes ropas en la vereda a la que ella ahora se dirigía.
El sujeto se llamaba Connor. Era un Irlandés, un asesino itinerante con especial debilidad por las mujeres, que trabajaba para una de las más poderosas corporaciones que existieron jamás.
Antonio observó la escena cuando el hombre desenfundó su pistola, vio la mirada aterrada y suplicante de la mujer, más preocupada por la seguridad de su hija que por la suya propia y entonces revivió el fatídico día en que lo había perdido todo. La apatía se transformó en valor y decidió que ningún padre atravesaría el dolor con el que él cargaba si podía evitarlo. Se abalanzó sobre Connor, lo derribó y forcejearon. La mujer corrió y gritó pidiendo ayuda mientras llamaba a emergencias. Las sirenas sonaron a lo lejos. Pero Connor se había recuperado, mataba por dinero y también por placer. Había pasado años combatiendo como mercenario y ningún vagabundo era un rival digno para él. Golpeó a Antonio y se deshizo de él. -me has hecho perder mucho dinero. Pero sobre todo me has quitado un gran placer- le dijo antes de apretar el gatillo.
La bala impactó directamente en su cráneo con una trayectoria descendente. El lóbulo frontal y el cerebro reptiliano desaparecieron por completo, la bala separó la primer cervical del cráneo y destrozó la médula al salir del cuerpo. Una hora y veinte minutos más tarde Antonio era declarado oficialmente muerto, dos horas cuarenta y cinco minutos después su cadáver había desaparecido de la morgue, veintitrés horas quince minutos luego, un video robado del sistema de seguridad de la morgue se reproducía en las oficinas de Soultech en puerto madero y en exactamente seis días, doce horas y diez minutos, Antonio era capturado por los hombres que Lucius Coldbridge había mandado tras él.
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