Lechiguana
El avión surcaba el mar de nubes que se extendía casi hasta el horizonte. Desde abajo se apreciaba como una tormenta negra y peligrosa, desde arriba, desde la ventanilla por la que miraba ella, semejaba a las n valle de algodón.
De repente algo sucedió, un fuerte chasquido sonó en el lado izquierdo seguido de una brutal sacudida, el motor se incendió y luego se detuvo humeante. Fue apenas por unos segundos pero estaba segura de lo que había visto. Un hombre flotaba entre las nubes. Un salvador, pensó, pero descubrió que en realidad se trataba de su verdugo cuando un rayo de energía abandonó las manos del sujeto y golpeó el motor derecho.
Todo fue condición a partir de aquel instante, gritos, rezos y un avión que caía en picada hacia las montañas. Por un minuto maldijo su apego a lo material y la idea de viajar a Chile de shopping.
Recuperó la conciencia entre restos humeantes, vio cadáveres o partes de ellos rodeándola y tuvo que hacer un esfuerzo tremendo para no caer presa del pánico. Todavía se encontraba sujeta a su asiento, el molesto acompañante a su diestra, que no había parado de moverse desde el despegue y que había mirado más de una vez y con total indiscreción su escote se encontraba ahora atravesado por un hierro plateado.
Se soltó el cinturón y se puso de pie, el lacerante dolor la arrojó al suelo, miró su pierna izquierda y observó un brillo plateado y carmesí. -La puta madre, se me corrió la media- dijo en un absurdo intento por distraer su mente con algo de humor y juntando todo el coraje que pudo tiró del metal arrancandolo de su cuerpo. La sangre manó a borbotones y fue entonces cuando s dió cuenta que extraer el hierro no había sido quizás la mejor de las ideas. Pronta tapó el corte con su chaqueta y presionó hasta que volvió a desmayarse.
Recobró la consciencia cerca del mediodía, su pierna le dolía terriblemente pero una extraña fuerza, casi como un susurro parecía decirle que necesitaba ponerse en marcha. Así lo hizo, abandonó los restos de nave y personas sabiéndose la única superviviente y caminó sin un rumbo fijo guiada por aquella melodía que siempre había escuchado e ignorado. Caminó hasta que sus fuerzas le impidieron continuar y pese a que creía haber recorrido una buena distancia se dió cuenta que el sol apenas se había movido. Escuchó el murmullo de un arroyo cercano, vio un águila o halcón sobrevolando el lugar y se desmayó por tercera vez.
Se sentía en paz, relajada, segura y confortable, se sentía a gusto, el dolor y el cansancio la habían abandonado y allí, a los pies de la cama en la que reposaba había una mujer que le resultaba tan familiar como el sitio donde se encontraba. Abrió los ojos con sorpresa cuando la reconoció por fin. -Eres tú- dijo y la otra mujer asintió. -Eres la mujer con la que soñaba de niña- agregó confusa. -No eran sueños- respondió su salvadora. -Eres alguien especial, siempre los has sido y serás. No importa cuanto intentes negarlo. Sabes que lo eres y ya no puedes permitirte ignorarlo.- Su voz era severa pero sus maneras dulces y comprensivas, no había reproche, sólo amor. Las memorias comenzaron a abarrotarse en su mente y en segundos la inundaron años de sueños. -Nunca fueron sueños- dijo sorprendida y completamente segura de sus palabras. -No, nunca lo fueron- confirmó la mujer. -Te elegí como uno de mis heraldos cuando habitabas el Páramo, antes de que tus memorias se perdieran y estuvieras lista para reencarnar.-
Aquello la abrumó, imágenes deshechas del Páramo llegaron a su conciencia, la niebla y el temor que esta infundía en su corazón se hicieron reales y sus corazón palpitó con fuerza.
-Tranquila, no estamos en el Páramo y la niebla tampoco es algo maligno, es algo… necesario.-
Tiempo después comprendió que aquellas palabras no sólo eran ciertas, sino que escondían lo que podría considerarse el efecto de un hechizo inofensivo que no tenía otro objeto más que el de brindarle paz. Por supuesto que funcionó, la Dama era un ser poderoso, de luz y amor, pero poderoso y, como solía pasar con muchas cosas relacionadas con la Dama, sabía, sin saber exactamente cómo, que también era una criatura peligrosa.
El tiempo era extraño en aquel lugar, no transcurría como se suponía debía hacerlo y, de alguna forma que era incapaz de explicar, todo aquel lugar, incluído el tiempo, parecía estar atado a la voluntad de la Dama.
Entrenó, recordó, murió sin morir y resucitó sin volver a la vida. Aprendió las Artes de la Dama, pero las moldeó y esgrimió a su manera y luego, cuando el momento llegó volvió a Buenos Aires con la misión de proteger al indefenso y castigar al maligno.
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