Lurk Lanzadelalma
Muchos fueron los años que caminé este y otros mundos y, a pesar de que fueron siglos, qué digo siglos, milenios, en todo ese tiempo no hice más que intentar comprender y comprenderme. Hice cosas malas, atroces, podría culparlos a ellos, a los demonios, a mis demonios- Podría decir que no quise hacerlo, pero estaría mintiéndome en un patético intento por sobrellevar la culpa. Si, fue mi culpa, quise hacerlo, todas y cada una de las decisiones que me llevaron a transitar la senda por la que anduve fueron mías y de nadie más. Justamente por eso, porque fui quien decidió, es que tengo la posibilidad de redimirme. No, no de reparar el daño causado, no de cubrir con buenas acciones, sacrificio y puede que algo de gloria aquello de lo que me arrepiento. No, de redimirme con mi propio ser, de comprender por qué me corrompí y de tomar ahora decisiones distintas.
Para redimirme, entonces, debo comprender, y, para esto, debo pensar, analizar, meditar sobre el porque de los aspectos más obscuros de mi ser.
Pasaron años desde que decidí emprender aquel camino de autoconocimiento y reflexión y durante ellos he desviado mi senda y, doblegado por el dolor de la verdad, vuelto a los caminos que intentaba abandonar para siempre. No sé cuánto tiempo pasó, fue, para mi, una eternidad insondable. Sin embargo, con traspiés, giros no deseados y, sobre todo, un asco creciente hacia mi mismo pude por fin comprender y perdonar.
En el análisis de mi propio alma creo haber encontrado una respuesta general a la siguiente pregunta. ¿Qué corrompe el alma? Algunos esbozarán mil respuestas. El juego dirán unos, el poder dirán otros, la lujuria suscribirán los más moralistas, pero todos y cada uno de ellos estarán equivocados. Aquello que nombran no es la causa sino la consecuencia. Sexo, dinero y poder son sólo algunas de las manifestaciones de eso que es capaz de destrozar el alma humana. Y ese eso es la Soledad, y el sexo, dinero y poder son sólo algunas de las formas de apaciguar el dolor que provoca, pero no te confundas, Soledad no es lo mismo que estar solo, nada tiene que ver la compañía o su ausencia con la Soledad, se puede estar solo y no estar en Soledad porque la Soledad no es otra cosa que la encarnación de una pérdida temporal o permanente, la Soledad no es sino la ausencia de lo Amado, de lo verdaderamente Amado, si se quiere de lo Más Amado. Es aquel dolor, aquella parte desgarrada del alma, la que sangra y se infecta, la que impulsa al hombre a buscar algo qué rellene el pedazo faltante, que detenga la hemorragia por la que decanta el amor. Es aquella sensación de llanto interno permanente, de vacío, de aislamiento y sinsentido, son las pesadillas que llegan por la noche y el día, que nos abordan despiertos o dormidos, son las lágrimas que soltamos y las que no dejamos salir las que nos conducen poco a poco a la podredumbre de la corrupción espiritual. No son las voces, no son los malos espíritus, no son los demonios, somos nosotros que prestamos oídos a esas voces, somos nosotros que jugamos con los malos espíritus, somos nosotros quienes nos dejamos seducir por los demonios, porque somos nosotros los que sufrimos y encontramos en aquellas cosas, sexo, trabajo, dinero, poder, fama y un sinnúmero de etcéteras el entretenimiento, la obnubilación, el somnífero necesario para poder evadir momentánea y parcialmente al dolor, y es que un alma desgarrada duele a un nivel que trasciende el dolor físico y sólo aquel que lo haya padecido es capaz de comprenderlo. Al comienzo, antes de corromperme, mantuve la ilusión de que moriría luego de trascender aquella agonía, pero no fue así, no morí, o al menos no lo hice de la forma en que estamos acostumbrados a ver la muerte. Mi cuerpo siguió vivo y mi alma encarnada, pero mi emoción se apagó, mis sentimientos desaparecieron y ya no fui capaz de ver las cosas con el tinte colorido que las sensaciones y los sentimientos nos brindan. No, la vida se torno como el agua, inodora, incolora e insípida y en aquella inexistencia transité hasta que el dolor revivió, porque el dolor que provoca la Soledad nunca muere, salvo en las pérdidas temporales, que sana o se alivia con el regreso de lo Amado, pero que aviva un miedo insano a volver a perderlo, Fue allí, en la resurrección de aquel sufrimiento, pues la mía fue una perdida eterna, que mi alma se sumió en la podredumbre de la corrupción, fue entonces que el conocimiento comenzó a rellenar esos retazos faltantes, aquellos desgarros que había sufrido. Sin embargo cuanto más aprendía, cuando más conocía, más parecían separarse los pedazos de mi alma y más era lo que necesitaba para intentar unirlos nuevamente.
Fue en aquel estado de búsqueda y pérdida continua cuando las Voces llegaron a mi, al comienzo me guiaron, seduciendo mi conciencia, empujándome hacia un conocimiento perdido, hacia el poder, hacia el control mismo de la ilusión que llamamos vida.
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